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Mujeres que han convertido la opresión en un futuro diferente

por El equipo editorial ,
Mujeres que han convertido la opresión en un futuro diferente

Historias tristes, difíciles y de superación. Estos son relatos reales de mujeres admirables que han conseguido dar la vuelta a su vida para convertirse en exitosas profesionales que luchan para que otras personas reciban las mismas oportunidades que ellas tuvieron.

Índice
  1. · El rescate de Srey
  2. · La atención médica que Mahabouba no tuvo
  3. · Dai Manju y el poder de la educación
  4. · Un par de céntimos bien invertidos

Hemos querido rescatar la impresionante historia de La mitad del cielo de Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn, un libro publicado hace unos años (2011) pero que consideramos como uno de los más inspiradores, además de indispensables, en materia de la lucha por los derechos de las mujeres. Testimonios como el de Mujtar, violada por decisión de un consejo tribal; Saima, quien rara vez pasaba un día sin ser golpeada por su esposo o Angeline, que debió abandonar el colegio por falta de dinero. Las historias de estas mujeres son tristes, como también lo es saber que ese destino lo comparten miles de mujeres en el mundo, víctimas del abuso sexual, la violencia física o la falta de oportunidades.

Pero eso no es lo que los autores de este libro quieren mostrarnos: ellos se centran en cómo estas mujeres admirables dieron la vuelta a sus vidas luchando por salir adelante. Hoy Mujtar tiene una red de escuelas rurales, Saima es la cabeza de su hogar y Angeline dirige una importante ONG, aunque conseguirlo, no fue fácil. Te invitamos a conocer sus historias.

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El rescate de Srey

Srey Neth era una adolescente cuando su prima convenció a su familia de que la dejasen llevarla a trabajar vendiendo fruta en el norte de Camboya. Pero en vez de recibir un puesto en un mercado, la joven acabó siendo vendida a un prostíbulo.Tras comprobar que nunca había tenido relaciones sexuales, los dueños del burdel subastaron la virginidad de Srey a un empresario de casinos.

Desde ese momento su vida transcurría en el burdel, donde vivía vigilada y era constantemente golpeada. El miedo la paralizaba, tanto que se resignó a su destino. Un día, un hombre americano entró en el burdel y escogió a Srey. Pidió permiso para llevar a su traductor al cuarto también, algo que resultaba extraño, pero que al final le fue autorizado. Ese americano era Nicholas Kristof (autor del libro) que comenzó a hablar con ella para conocer su historia e intentar ayudarla.

La pregunta que le hizo sorprendió a Srey: si él compraba su libertad, ¿ella la aprovecharía? La joven no lo dudó un instante y el periodista negoció su liberación. La suerte de Srey cambió radicalmente: se casó con un hombre que la quería y se quedó embarazada. Y, a pesar de enterarse de que era seropositiva, su bebé nació sin el VIH. Pudo terminar sus estudios de peluquería y hoy trabaja en su propio salón de belleza.

La atención médica que Mahabouba no tuvo

Abandonada por su familia, criada por una tía que no le permitió el acceso a la educación, vendida a un anciano que la violaba, maltratada y encerrada por su nueva familia. Con siete meses de embarazo, logró huir. Tenía 14 años. Y la historia no termina ahí. Como Mahabouba Muhammad no tenía dinero decidió tener el hijo sola. Pero su pelvis no había crecido lo suficiente para que pasara la cabeza del bebé –algo común en madres adolescentes- así que tuvo un parto obstruido y su hijo quedó atrapado. Siete días después el bebé había muerto y ella tenía una fístula, que le impedía controlar la vejiga y los intestinos y también caminar.

Mahabouba logró arrastrarse hasta un misionero. El religioso la llevó de inmediato al Hospital de Fistula de Addis Abeba, en Etiopía, un extraordinario centro médico dirigido por la ginecóloga australiana Catherine Hamlin para tratar a mujeres con fístulas, causadas por la falta de atención médica durante el parto. La vida de Mahabouba dio un giro completo. Volvió a caminar gracias a la fisioterapia y comenzó a trabajar en el hospital cambiando sábanas. Aprendió a leer y a escribir. Y hoy es auxiliar de enfermería allí.

Dai Manju y el poder de la educación

Dai Manju vivía en un humilde pueblo de los montes Dabie, en el centro de China. Sus padres, que no habían terminado la escuela primaria y apenas sabían leer, no creían en la utilidad de educar a las niñas y decidieron que los 10 euros anuales que costaba la escuela servirían mejor para alimentar a la familia.

Así que Dai debió abandonar sus estudios a los 13 años, pese a ser considerada una alumna brillante. Un artículo de Kristof en el New York Times y la confusión de un banco que envió el dinero de un consternado lector, convirtiendo por error una donación de 100 dólares en una de 10.000, permitieron que se construyera una nueva escuela y que se financiara la educación no sólo de Dai, sino de todas las niñas de la aldea.

Dai terminó la escuela secundaria y se diplomó como contable. Se mudó a la provincia de Guangdong –eje del despegue industrial chino- y su trabajo le permitió enviar dinero a su familia, que pronto salió de la pobreza. Cientos de niñas de la aldea, convertidas en trabajadoras calificadas, llegaron también a las fábricas de Guangdong y con sus ahorros sacaron adelante a sus familias. Hoy la aldea está incluso comunicada por carretera con el resto del país.

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Un par de céntimos bien invertidos

A sus 35 años, a Goretti Nyabenda, una humilde campesina de Burundi (África), no le dejaban tocar el dinero ni ir sola al mercado. Para colmo de males, la familia perdía la tercera parte de sus modestos ingresos en las visitas de su esposo al bar. Cuando la organización CARE llegó a la aldea, el marido de Nyabenda no le permitió ir a ver en qué consistían los programas, así que un día ella se escapó y todo cambió.

Esta ONG​ organizó a las mujeres en grupos de veinte. Trabajaban juntas en el terreno de una de ellas y al día siguiente en otro. Cada una aportó diez centavos para formar un pequeño banco colectivo. Nyabenda fue la primera en recibir el préstamo de dos dólares: compró fertilizante, tuvo una excelente cosecha de patatas y ganó 7 dólares. Pagó su deuda y 30 centavos de intereses al grupo, que luego los asignó a otra mujer. Ella usó la mitad de su capital para comprar banano y hacer cerveza, que se vendía bien. Cuando le volvió a tocar el préstamo, amplió su negocio. Pronto compró una cabra y tuvo un hijo. En poco tiempo se volvió el sostén de la familia y la cabeza del hogar. Burundi ganó así una persona más que contribuye al desarrollo del país.

El equipo editorial
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