En la segunda parte de la sesión, el terapeuta te pide que te tumbes, te relajes y te fijes en un punto. Y ¡ya estás lista para una sesión de relajación y ligereza!
Él lanza su mensaje y tú lo escuchas. La respiración abdominal te relaja y él te cuenta cuentos de hadas algo estúpidos. Tú te dejas llevar por la música, y él termina por pedirte que te despiertes, realiza la famosa cuenta atrás y te emite la factura (es como el psicólogo, si no pagas ¡no funciona!) y te deja ir.
El estado de hipnosis no tiene nada de inquietante. A menudo, tras una primera sesión, subsiste la impresión de que uno no ha sido hipnotizado y hasta se puede llegar a creer que la técnica no ha influido en nosotros.