Tu hijo aprende a elegir amigos cada día, entre el ruido del patio, los grupos cerrados y las invitaciones que suben y bajan como una marea. Javier de Haro, psicólogo, lo resume sin rodeos: quien aprende cinco lecciones sencillas, encuentra buena gente. Y se protege mejor de lo que duele.
En la puerta del colegio, un niño con mochila nueva mira el suelo. A su lado, una madre se frota las manos dentro de los bolsillos, como si pudiera calentarle el valor desde fuera. Un compañero se acerca, le da un golpe de codo amable y le dice: “¿Vienes a jugar a porteros?”. El niño duda, levanta la vista, sonríe un poco. En tres segundos se decide una mañana entera, quizá una semana. El psicólogo Javier de Haro observa estas escenas a diario en consulta y en talleres con familias: el primer paso, la pequeña frase, el gesto que abre puertas. Un gesto enseña a otro. Y otro. Lo invisible manda más de lo que parece.
Lo que realmente crea amigos en la infancia
No es ser el más simpático ni el que tiene el balón. Es saber moverse en microgestos que dicen “cuento contigo” y “cuento conmigo”. De Haro insiste en que los niños detectan enseguida quién escucha, quién comparte y quién marca límites sin herir. Eso genera seguridad y, con ella, apego entre iguales. Hay niños que llegan al recreo con un guion social aprendido en casa: saludar, mirar a los ojos, proponer algo sencillo, aceptar un no. No suena épico, pero cambia el partido.
Piensa en Sofía, nueve años, nueva en la clase. El primer día ofreció tres pegatinas de su libreta y preguntó: “¿Cuál te gusta más?”. No fue estrategia, fue curiosidad auténtica. A la tercera semana, ya tenía dos amigas con las que intercambiaba cromos y confidencias de pasillo. Su maestra lo cuenta fácil: “Sofía pregunta y espera la respuesta”. Ese “esperar” crea espacio. Y en ese espacio llegan los demás. Parece pequeño, pero es un puente.
La lógica es clara: el cerebro social de un niño busca señales de reciprocidad y seguridad. Si recibo turno para hablar, si mis cosas importan un poco, si puedo decir que no sin pagar un precio, me quedo. Si no, me voy. Los padres a veces miran el final de la película —“¿tiene amigos?”— y se saltan la escena clave: practicar habilidades sencillas con calma en casa. La amistad no es talento, es entrenamiento. Con pocos pasos, repetidos muchas veces, aparece la magia cotidiana.
Las 5 lecciones que Javier de Haro enseña en consulta
Primera: iniciar contacto. Un “hola” con nombre y una pregunta concreta, en diez segundos. Segunda: escuchar y preguntar. Dos preguntas abiertas, sin interrumpir. Tercera: turnos y juego limpio. Proponer y ceder, mitad y mitad. Cuarta: decir no con respeto. “No me gusta; prefiero esto otro” y repetirlo corto. Quinta: reparar. Si te equivocas, tres pasos: “lo que hice”, “cómo te sentiste”, “qué haré distinto”. La amistad se entrena como las tablas.
Errores frecuentes: rescatar siempre al niño, etiquetarlo como “tímido” o “líder”, o esperar valentía perfecta desde el primer día. También apretar con discursos morales justo antes de bajar al parque. “Di esto, haz lo otro, no te olvides de sonreír” suena a examen. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Mejor practicar una sola lección durante una semana, con juegos y role play en casa. Y celebrar un microavance, no la medalla final.
Cuando De Haro resume, se le escapa una sonrisa breve:
“Buenos amigos no se encuentran por casualidad: se encuentran porque tu hijo aprende a ser también un buen amigo”.
- Iniciar en 10’’: “Hola, soy Marcos. ¿Jugamos a escondite o a pillar?”
 - Escuchar de verdad: dos preguntas abiertas, cero correcciones.
 - Compartir sin perder: alternar turnos, guardar algo propio.
 - Decir no con calma: repetir la frase si hace falta.
 - Reparar: nombrar el daño, validar emoción, proponer cambio.
 
Lo que se queda cuando tú no estás
Todos hemos vivido ese momento en que tu hijo mira el corro y no sabe si entrar o quedarse a un paso. Lo que le susurraste la noche anterior —saluda, propone, respira— aparece en su cuerpo. Puede que hoy no salga perfecto. Mañana, quizá sí. Una buena amistad, a los ocho o a los trece, es la mezcla rara de coincidencia y oficio: conoces a alguien y pones herramientas suaves encima de la mesa. Tu hijo no elegirá a todo el mundo, ni todo el mundo le elegirá. Ahí también hay aprendizaje. Cuando se rompe, se repara. Cuando duele, se nombra. Cuando cuaja, se cuida. Y, a veces, basta con un “hola” bien dicho y un turno que llega a tiempo.
| Punto clave | Detalle | Interes para el lector | 
|---|---|---|
| Iniciar contacto en 10 segundos | Frase comodín con nombre y opción de juego | Baja la ansiedad y abre una puerta concreta | 
| Decir no con respeto | Fórmula breve: “No me va / Prefiero…” repetida igual | Límites sanos sin conflicto innecesario | 
| Reparar tras un conflicto | Disculpa en 3 pasos: hecho, emoción, cambio | Amistades más fuertes y duraderas | 
FAQ :
- ¿Y si mi hijo no quiere acercarse a nadie?Empieza por juegos paralelos y objetivos compartidos (puzle, canasta por turnos). Luego añade una frase de saludo y retírate unos pasos. Ritmo corto, una victoria por día.
 - ¿Debo intervenir en el parque cuando le excluyen?Intervén si hay agresión o humillación. Si es dinámica de grupo sin daño, prepara guiones en voz baja con tu hijo y observa. Después, en casa, practicad la salida y la alternativa.
 - ¿Qué hago si su “mejor amigo” es dominante?Entrena el “no con respeto” y ofrece nuevos contextos de relación. Un buen amigo no exige exclusividad ni castiga la diferencia. Si duele cada semana, es señal para tomar distancia.
 - ¿Cómo trabajar la empatía sin moralinas?Juegos de rol cortos: “Ahora tú eres el que espera turno”. Preguntas espejo: “¿Cómo crees que se sintió?”. Y modelado tuyo: cuenta una anécdota real donde reparaste algo.
 - ¿Y si mi hijo tiene TEA o TDAH?Las cinco lecciones también ayudan, con apoyos visuales y pasos más pequeños. Ajusta expectativas y busca coordinación con su tutor y especialistas. Lo previsible y concreto funciona mejor.
 



Gracias por bajar a tierra el tema. La reparación en 3 pasos nos cambió ayer: mi hijo empujó sin querer, y con “lo que hice / cómo te sentiste / qué haré” se calmó todo. Parece simple pero cuesta; practicaremos una lección por semana, como dice el psicologo. Me gusta que no sea moralina, sino entreno. P.D.: ¿algún ejemplo de “decir no” para juegos online?
¿No es demasiado guion para niños? Me preocupa q cada interacción se vuelva “habilidad social” y pierdan espontaneidad. ¿Algún criterio para saber cuándo callar y dejarles resolver solitos?