La maternidad tiene su propio eco: una voz que repite que no llegas, que te faltan manos, paciencia, certezas. Entre biberones, pantallas y opiniones ajenas, la duda se instala como un huésped invisible. Te mira a través de cada gesto cotidiano, convierte los “bastante bien” en “no fue suficiente” y deja un sabor agrio al final del día. El síndrome del impostor no solo vive en el trabajo. En casa también susurra fuerte.
Son las 3:17 de la madrugada y el pasillo parece más largo que nunca. Caminas con el bebé al hombro, la camiseta manchada de leche y esa lista mental de pendientes que no deja de crecer. En el móvil, una madre sonríe con filtro y luz perfecta; tú calculas cuándo fue la última vez que comiste sentada. Tu madre te dice que confíes, la pediatra te dice que observes, Instagram te dice que hagas más. El llanto baja, vuelve, baja. Respiras, tarareas, dudas si lo estás haciendo bien. Entonces, aparece la frase: “¿Y si no doy la talla?”. Y ahí empieza el ruido.
Esa voz que te juzga: ¿de dónde sale?
El síndrome del impostor en la maternidad nace en una mezcla rara: expectativas gigantes y suelos resbaladizos. No se trata de no saber, se trata de sentir que cualquier paso se desmonta en cuanto alguien mire. No eres una máquina, pero el mundo te mide como si lo fueras. Y cuando el bebé llora sin tregua, esa voz toma el volante.
Una madre primeriza lo contaba así: “Lo tengo todo a mano y aun así siento que fracaso”. Su historia no es rara. En encuestas recientes, muchas madres admiten haber escondido dudas por miedo a juicio. Una noche de fiebre, una rabieta en la calle, un comentario imprudente del entorno, y el cerebro traduce: “No sirvo”. En realidad, solo estabas viviendo algo normal. Todos hemos vivido ese momento en que la ciudad parece observarte mientras intentas cerrar el carrito con una mano y calmar con la otra.
La mente hace trucos. Se queda con lo que falla y borra lo que sale bien. Le das tres comidas, recuerda la que rechazó. Duermes cinco horas seguidas por fin y te señala la vez que tardaste diez minutos en responder al llanto. Es un sesgo: el perfeccionismo convertido en lupa. A esto se suman la falta de sueño, el cansancio físico y un relato cultural que confunde amor con rendimiento. *No pasa nada por aprender a la vez que crías.*
Cómo callar esa voz (sin culparte más)
Prueba el “registro de evidencias” durante siete días. Un cuaderno simple, una nota en el móvil, tres líneas al final del día. Escribe solo hechos: “Comió dos veces sólido”, “Logré ducharme y reír”, “Pude pedir ayuda”. No juzgues. Al lado, una frase amable: “Hoy fue suficiente”. Este método corta la inercia del pensamiento en bucle y te pone delante pruebas concretas. La voz interna pierde volumen cuando la confrontas con lo que sí hiciste.
Evita el bingo de comparaciones. Las redes muestran momentos congelados, no la película completa. Si un perfil te enciende la culpa, siléncialo por una temporada. También suelta la lista infinita. Elige un “mínimo viable” maternal para el día: una cosa que, si ocurre, te da paz. Una siesta juntos, colgar la toalla húmeda, preparar el bolso de mañana. Seamos honestas: nadie hace esto todos los días.
Cuando suba la marea, baja al cuerpo: tres respiraciones cuadradas (cuatro tiempos inhalando, cuatro sosteniendo, cuatro exhalando, cuatro sosteniendo) con la mano en el abdomen. Tu sistema nervioso entiende esa señal.
“Tu bebé no necesita una madre perfecta. Necesita una presencia: una madre suficientemente buena.”
- Frase ancla: “Estoy aprendiendo con él/ella”. Repite en voz baja.
- Micro-ritual: un vaso de agua y estirar hombros antes de responder al llanto.
- Límite amable: “No quiero consejos ahora, gracias”. Sirve por WhatsApp también.
- Red de apoyo: define dos personas a quien escribir a cualquier hora.
- Plan B nocturno: manta preparada en el sofá y una lista de canciones suaves.
Lo que nadie te cuenta (y que cambia la mirada)
Lo contrario del impostor no es la seguridad absoluta, es la pertenencia. Perteneces a esta historia porque la estás viviendo, con tus ritmos, tus errores y tus aciertos. Hay días en que el éxito es una siesta de veintidós minutos, y otros en que te sorprendes disfrutando del caos sin explicaciones. Esa mezcla también es real. **No eres una mala madre** por necesitar un rato sola, por llorar un martes o por pedir comida a domicilio tres noches seguidas. **Tu bebé necesita una madre suficientemente buena**, presente lo posible, reparadora cuando se equivoca, flexible cuando cambia el plan. La voz que te dice que no das la talla no conoce tu habitación en silencio ni tu mano sosteniendo la fiebre. Solo ve el recorte. Tú ves la película.
| Punto clave | Detalle | Interes para el lector | 
|---|---|---|
| Distinguir hechos de historias | Usar un registro breve con tres evidencias diarias | Reduce la culpa y ordena la mente en minutos | 
| Respiración en picos de estrés | Técnica cuadrada 4-4-4-4 con mano en el abdomen | Baja la ansiedad sin apps ni tiempo extra | 
| Red de apoyo concreta | Dos contactos “SOS” y un límite claro a consejos | Te sientes acompañada y pones el foco en lo que sirve | 
FAQ :
- ¿Cómo sé si lo que siento es síndrome del impostor y no solo cansancio?Si la sensación de “no soy suficiente” aparece incluso cuando las cosas salen bien y se repite como un patrón, no es solo fatiga. El cansancio mejora con descanso; el impostor insiste aun con evidencias a favor.
- ¿Se cura o solo se gestiona?Se transforma. Al identificar el sesgo, practicar evidencias y pedir apoyo, la voz pierde fuerza. Puede volver en etapas nuevas, pero ya la reconoces y tienes recursos.
- ¿Y si me equivoco en algo importante?Habrá errores. Repara: nombra lo ocurrido, ofrece consuelo, ajusta la próxima vez. La reparación construye confianza más que la perfección.
- ¿Las redes sociales empeoran la sensación?Suelen amplificarla. Curar tu feed, silenciar cuentas gatillo y seguir perfiles honestos cambia el clima mental que visitas cada día.
- ¿Pedir ayuda me hace menos madre?No. Pide ayuda quien está comprometida. Externalizar tareas o emociones no te quita valor; te permite estar donde sí importas.




Leer esto a las 3:17 am me hizo llorar un poquito. Empecé el “registro de evidencias” y, sorpresa, hay más cosas buenas de las que mi cabeza admite. También silencié dos cuentas que me gatillaban. Gracias por recordarme el “hoy fue suficiente”. De verdad agradesco que hablen de reparación y no de perfección; suena a meta alcanzable cuando duermes de a trozos. PD: el micro-ritual del vaso de agua me salvó de contestar en modo robot.
¿No estamos rebautizando como “síndrome del impostor” lo que en realidad es falta de apoyo real y políticas familiares decentes? El cuadernito ayuda, pero sin red material suena a parche.