España lleva años preguntándose qué hacer con el "castillo de los tricornios". El turismo ha salido en su ayuda

España lleva años preguntándose qué hacer con el «castillo de los tricornios». El turismo ha salido en su ayuda

España lleva años mirando de reojo a su castillo de los tricornios: ese edificio rotundo, con foso de rumores y torres cuadradas, donde la autoridad se dibujaba con sombras. Demoler, musealizar, vender, olvidar… Cada ciudad ha sostenido su propio debate. Y, sin hacer ruido, el turismo ha empujado la puerta que nadie se atrevía a abrir.

Un sábado de nubes altas, la primera fila de curiosos aguarda frente a un portón de hierro que chirría como una película en blanco y negro. Huele a humedad vieja y a papel, el escudo de piedra parece mirarte, y alguien enseña a su hijo una boina verde con cariño más que con solemnidad. Dentro, la guía recorre pasillos que ahora tienen cartelas y linóleo nuevo, mientras una pareja busca el mejor ángulo del patio para el dron. Una fortaleza que nunca fue castillo, y aún así, impone. La cola se alarga hasta la esquina. Y alguien compra entradas para la visita nocturna. Nadie esperaba esto.

Del miedo a la curiosidad

Durante años, el edificio fue un nudo en la garganta. Nadie quería habitarlo, todos tenían algo que decir sobre él. El día que colgaron el cartel de “apertura parcial al público”, la ciudad cambió de tema en el bar y en WhatsApp: “¿Has ido al castillo?”. La palabra “castillo” suaviza, el recuerdo aprieta, la curiosidad gana. Y la curiosidad, aquí, trae vida.

El primer fin de semana hubo 500 entradas vendidas y tres paseos guiados llenos. Una cafetería frente a la puerta abrió turno de tarde y empezó a servir roscos “tricornios”, con azúcar brillante y una sonrisa tímida. Un vecino, jubilado, se acercó con fotos de su primer día de servicio, y se quedó en la puerta mirando al patio como quien busca una fecha. Ese día se vendieron también 60 postales con el portón en azul.

¿Por qué funciona? Porque el turismo se alimenta de relatos claros y lugares con una textura singular. El “castillo de los tricornios” ofrece ambos: una arquitectura reconocible y una historia tensa que pide ser contada con pausa. La intervención es mínima y reversible, los costes se reparten entre entradas, eventos y pequeñas ayudas públicas, y el retorno emocional empieza antes que el económico. El visitante paga por entender un pasado que, hasta ayer, preferíamos empujar al fondo del cajón.

Manual de reconversión sin miedo

La primera decisión clave fue abrir por capas, no por completo. Planta baja, patio y mirador, con señalética sobria que cuenta sin exhibir. Vitrinas ligeras, audioguías breves, y una consigna de trabajo: “dejar hablar a los muros”. Un taller mensual para escolares, una ruta por el barrio que une oficios, comercios y memoria, y un calendario con pases al atardecer. Lo sencillo, bien hecho, multiplica.

Un error habitual es vestirlo de parque temático. Aquí no hay princesas ni dragones, hay vida real, papeles, fotos y ecos. La línea entre memoria y espectáculo es fina y se pisa con respeto, escuchando a quienes estuvieron dentro. Seamos honestos: nadie hace esto todos los días, y hay días en que no apetece. Por eso el tono es humano, las palabras, claras, y el humor, pequeño y a ratos. Todos hemos vivido ese momento en el que un lugar nos descoloca y nos obliga a pensar distinto.

Lo que cambió la percepción fue poner voz a los silencios.

“No venimos a juzgar un edificio, venimos a mirarnos en él sin armadura”

dijo la guía en la primera visita teatralizada. La frase se quedó. Y el espacio ganó capas. Luego llegó un pequeño encuadre útil para no perderse:

  • Mirador con lectura de paisaje y fotos antiguas superpuestas.
  • Celda-museo con objetos cotidianos y testimonios en audio.
  • Archivo vivo con donaciones vecinales y digitalización abierta.
  • Patio de actos para cine de verano y encuentros de barrio.

Un futuro que se decide caminando

La energía que trae el turismo no resuelve todas las preguntas, pero permite hacerlas con menos ruido. ¿Debe ser museo, centro cívico, aula de memoria, todo a la vez? Una parte de la respuesta llegará con los pasos que lo recorran, con las reservas que entren y con las voces que salgan más tranquilas. Hay productoras que ya han preguntado por rodajes, hay universidades que piden seminarios y hay familias que paran solo para ver el patio. No es un lugar neutral. Es un espejo que devuelve una mezcla rara: orgullo, pena, curiosidad. Y una llave pequeña: abrirlo sin miedo, mantenerlo vivo, no endulzarlo ni demonizarlo. La paradoja es bonita: el turismo, tan acusado de convertirlo todo en postal, aquí ha descongelado un símbolo. Hoy lo visitan por las vistas, por Instagram, por su historia, por su sombra. Mañana, quizá, por lo que aprendimos al caminarlo juntos.

Punto clave Detalle Interes para el lector
Reconversión gradual Aperturas por fases, intervenciones reversibles y señalética sobria Visitas más fluidas, sensación de estreno constante
Memoria compartida Testimonios, archivo vecinal y rutas por el barrio Participación real y relato cercano
Impacto local Entradas, eventos y nuevos negocios alrededor Economía local activada sin perder identidad

FAQ :

  • ¿Qué es exactamente el “castillo de los tricornios”?Un antiguo cuartel de la Guardia Civil, robusto y simbólico, al que la gente llama “castillo” por su aspecto fortificado.
  • ¿Se puede visitar libremente?Suele abrir fines de semana y festivos, con pases guiados y cupos limitados para evitar aglomeraciones.
  • ¿Qué se ve por dentro?Patio, mirador, una celda interpretada, pequeñas salas con documentos y una ruta exterior que enlaza comercio y memoria.
  • ¿Quién gestiona el espacio?Gestión municipal o mixta, con apoyo de asociaciones locales y un equipo de mediación cultural.
  • ¿Es un espacio polémico?El debate existe y es sano. La clave está en contarlo con respeto y en abrir canales para escuchar a todas las partes.

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