Los “terribles dos” son un mito: una psicóloga infantil explica qué hay realmente detrás de las rabietas

Los “terribles dos” son un mito: una psicóloga infantil explica qué hay realmente detrás de las rabietas

Te suena la etiqueta: “los terribles dos”. Suena a fase inevitable, a pequeño tirano con mando en mano. Lo que hay, dice una psicóloga infantil, no es maldad ni capricho, sino un idioma emocional en construcción. Y un mundo adulto que a veces no entiende la traducción.

El niño cae al suelo entre los pasillos del súper. La bolsa de espinacas vuela, alguien carraspea detrás, el padre mira el reloj como si fuese una bomba. Todos hemos vivido ese momento en el que la mirada ajena pesa más que el corazón propio. La psicóloga, a dos metros, no ve drama: ve un cerebro joven intentando ordenar ruido, hambre, luces y la urgencia de “quiero hacerlo yo”. El pequeño patalea y el padre aprieta los dientes; la escena dura siglos y un par de minutos. Nadie respira, el carrito chirría, la cajera mira de reojo. Ella se acerca, se agacha, y le pone nombre a algo invisible. No era rabia.

No son “terribles”: son cerebros en construcción

La etiqueta “terribles dos” crea un enemigo que no existe. El segundo año de vida trae una mezcla potente: deseo de autonomía, lenguaje a medio hacer y un sistema nervioso que aún aprende a frenar. Hay explosiones porque faltan frenos, no porque sobren malas intenciones. Las rabietas no son manipulación. Son chispas de desarrollo: un “quiero hacerlo solo” chocando contra un “no está listo todavía”. Si lo miramos así, cambia el gesto del adulto. Cambia el tono. Y cambia el final de la escena.

Piensa en Leo, dos años y medio, después de la guardería. Quiere el vaso azul, pero cayó en el lavavajillas; todo su cuerpo dice “no” al rojo. Llora, arquea la espalda, grita. La psicóloga no ve un tirano: ve cansancio, una transición mal gestionada y un niño con poca gasolina para tolerar el “no”. Cuando llega el vaso azul, ya no importa —la ola emocional lo arrastró. No es sobre el color del vaso. Es sobre recuperar el control interno y sentirse visto por quien debería prestar el suyo.

La neurociencia lo explica sin culpas. La amígdala se activa rápido; la corteza prefrontal, la que regula y decide, tarda años en madurar. Entre medias, el adulto es puente. Si el niño recibe co-regulación —un adulto que baja el ritmo, pone nombre a la emoción y marca un límite claro—, su cuerpo aprende una ruta de vuelta a la calma. Si solo recibe prisa o vergüenza, aprende a luchar o congelarse. Hambre, sueño, cambios de rutina y pantallas también inflan la mecha. No son “dos años”. Son condiciones.

Qué funciona de verdad en plena rabieta

La psicóloga propone un protocolo sencillo: parar, agacharse, mirar y nombrar. Primero, silencio y respiración lenta. Luego, ponerse a su altura y usar frases cortas: “Veo que estás muy enfadado. No te gusta el vaso rojo. Es duro”. Límite claro: “No voy a darte el azul ahora”. Alternativa viable: “Puedes elegir esta pajita o esta otra”. Dos opciones, no diez. Voz baja, pocas palabras, presencia cerca. Si la ola sube, menos hablar y más sostener. El propio cuerpo adulto es el metrónomo.

Errores que vemos a diario: negociar en plena explosión, sermonear, amenazar o subir el volumen. También sobornar con galletas para salir del paso; funciona hoy, enreda mañana. En público duele más, porque la mirada pesa. A veces basta con moverse a un rincón y recordarse que esto no es teatro. Validar no es ceder. Poner nombre al “no” y sostenerlo con cariño enseña más que mil discursos. La calma de un adulto no se improvisa. Se entrena cuando el día va bien, con rutinas predecibles y pequeñas decisiones que nutren su autonomía.

La psicóloga lo resume en una imagen: “Tú eres la barandilla de una escalera que aún no terminan de construir”. Escuchar no quita el límite, lo humaniza. Reparar después —un abrazo, una frase que haga puente— cierra el circuito. Seamos honestos: nadie hace esto todos los días. Hay días de prisa, gritos y culpas. La reparación, también, educa.

“Una rabieta no es un desafío personal. Es un sistema nervioso pidiendo ayuda para volver a casa”, dice la psicóloga infantil consultada.

  • Mantra breve: “Estoy aquí. Estás a salvo. Te acompaño”.
  • Dos opciones reales, límite firme y amable.
  • Prevención: transiciones suaves, snacks, siesta, menos pantallas.
  • Después, reparar: nombrar lo ocurrido sin culpas, abrazar si quieren.
  • Si pega o muerde: parar la mano con calma, “no voy a dejar que duela”, y ofrecer alternativa segura.

Mirar el contexto, no la edad

Cuando cambiamos el foco de “terribles dos” a “necesidades y entorno”, aparece el mapa. ¿Qué pasa antes de la explosión? ¿Qué pidió su cuerpo que no escuchamos? ¿Cómo suena nuestra voz cuando tenemos prisa? Hay cambios simples que alivian: avisar con antelación de las transiciones, usar relojes visuales, crear rituales de salida y llegada. Y pequeños momentos de juego tonto que sueltan tensión. La prevención no brilla en redes, pero en casa sí se nota.

También ayuda renombrar. No “está montando un espectáculo”, sino “no sabe salir de esto solo”. Ese giro baja la temperatura del adulto. Si el día vino torcido, toca ajustar expectativas. Quizá hoy el parque dura menos y la cena es más simple. El aprendizaje emocional no es lineal. Hay regresiones, hay días raros, hay saltos. Si la rabieta llegó, el día no está perdido. A veces empieza ahí el vínculo más nítido.

El objetivo no es que no lloren, sino que aprendan a volver. Volver a su cuerpo, a tu mirada, a la seguridad de un “te veo” que no se retira con el ruido. Ese aprendizaje tarda, repite, se afianza por contacto y por rutina. Lo contamos poco porque no luce, aunque cambia casas enteras. Si una etiqueta te ayudó a entender, úsala. Si te encoge, suéltala. Hay padres que han descubierto que llamar “oleadas” a las rabietas les baja el pulso. Otros hablan de “cerebro rojo” y “cerebro verde” con dibujos en la nevera. Lo relevante es el puente que tiendes, no el nombre del río.

Punto clave Detalle Interés para el lector
Adiós al mito de los “terribles dos” Las rabietas responden a maduración, no a maldad Menos culpa, más claridad al actuar
Co-regulación con límites Validar la emoción y sostener un “no” amable Herramientas prácticas para el día a día
Prevención y lenguaje sencillo Transiciones, opciones limitadas, rutinas Menos explosiones, más paz en casa

FAQ :

  • ¿A qué edad empiezan y cuándo pasan las rabietas?Pueden aparecer desde los 18 meses y asomarse hasta los 4-5 años, con altibajos. La clave no es la edad, sino las herramientas que va adquiriendo.
  • ¿Debo ignorar la rabieta?Ignorar la emoción no ayuda; ignorar la conducta que daña sí. Acompaña con presencia y límites: “estoy aquí, no voy a dejar que te hagas daño”.
  • ¿Y si me pega o muerde?Detén con suavidad y firmeza: “no voy a dejar que duela”. Ofrece alternativa segura (apretar un cojín, golpear el sofá) y retira estímulos.
  • ¿Qué hago si ocurre en público?Busca un rincón, baja a su altura, usa frases cortas y respiración lenta. Lo que piensen los demás no cría a tu hijo; tu presencia, sí.
  • ¿Premiar el silencio funciona?Calma momentánea, costo futuro. Mejor reforzar la recuperación: “te costó y volviste, eso es ser valiente”. Y ajustar el entorno para la próxima.

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