Las prisas nos empujan a pedir lo que llega en 15 minutos, mientras un cuaderno de recetas, medio deshojado, descansa en un cajón. Cuando pelas, amasas y sazonas con tus manos, no solo cambia el plato: cambia la historia que te cuentas sobre ti.
El vapor empaña la ventana de la cocina y la mesa vibra con el golpe seco del mortero. Mis manos huelen a ajo y cilantro, la radio escupe un bolero antiguo, y el reloj del microondas parpadea 00:00 porque nunca lo programé; descascaro los tomates, dejo caer la sal a ojo, y de pronto aparece la voz de mi abuela explicando por qué el fuego debe “morder” al principio y “acariciar” al final, cómo medir con la yema y no con la báscula, por qué hay silencios que espesan el caldo tanto como un hueso. Me quedo ahí, de pie, mirando hervir el tiempo en la olla, y me sorprendo repitiendo gestos antiguos con la torpeza de quien regresa a una lengua que aún entiende. Podría pedir una pizza. El cuchillo ya decidió.
Sabores que te devuelven el apellido
Cuando cocinas desde cero, el tiempo deja de medirse en minutos de entrega y empieza a latir al ritmo del hervor, lento, insistente, casi terco. La cuchara rasca el fondo, se levanta un olor que colecciona inviernos y veranos, y sin pedir permiso aparece la memoria del sabor, esa que no firmaste en ningún papel pero te acompaña como una sombra buena y te ubica en el mapa sin GPS. No es nostalgia por sí misma; es una prueba tangible de que vienes de alguien, de un patio con ropa tendida, de un mercado donde te regatearon un manojo de hierbas y te enseñaron a elegir por el tacto.
Lucía llegó a Madrid con una maleta y un frasco de comino que su madre escondió entre los calcetines. Trabaja en una oficina cerca de Atocha, pero los domingos hierve un sancocho que convierte su piso en un trocito de Cali: llama por videollamada para confirmar el punto de sal, los vecinos se asoman al pasillo, y el caldo hace silencio cuando admite que allí se siente menos sola. Todos hemos vivido ese momento en el que un olor abre una puerta que no sabíamos cerrada y, sin pensar, repetimos la receta tal como la escuchamos, con sus medidas imprecisas y sus tiempos caprichosos. No es solo comida en un plato; es un puente que sostiene la semana.
Detrás del encanto hay biología y cultura. Cuando cocinar desde cero se vuelve rutina, el cerebro ata aromas y movimientos a recuerdos, igual que una canción pega un verano a una esquina, y ese aprendizaje encarna en las manos: lo que sabes empieza a saberse con los dedos. La identidad no se cuenta solo con apellidos o acentos; se teje también con técnicas, con el orden en que entras los ingredientes, con el pequeño ritual de probar y corregir hasta que te reconoces en el sabor. Cocinar así es un idioma heredado que se renueva cada vez que lo hablas.
Prácticas para volver al origen
Empieza creando un pequeño sistema que te sostenga. Prepara un sofrito madre el domingo con cebolla, pimiento y tomate, congélalo en porciones, y hierve un caldo de huesos o verduras que sirva de columna para arroces y guisos; con eso, cualquier tarde puede convertirse en un ritual cotidiano de veinte minutos que sabe a casa. Elige una receta de tu historia por semana, anótala con tus palabras, y cocina con una lista corta: cuchillo afilado, olla pesada, fuego atento, playlist que te lleve a la infancia y el móvil en modo avión.
No pelees con la perfección. Si un día no hay tiempo, usa garbanzos de bote, pero enjuágalos y dales vida con laurel y ajo; si la masa sale dura, déjala reposar y vuelve a intentarlo mañana, que el orgullo también necesita hidratación. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Lo que importa es sostener la relación con el fuego, celebrar las pequeñas victorias, y aceptar que quemar una tortilla es parte del mapa, no una derrota personal.
Guarda también un cuaderno de cocina vivo, no de vitrina. Escribe lo que funcionó y lo que no, agrega fechas, nombres, y dibuja pequeñas flechas con anotaciones del tipo “más limón” o “menos fuego”, porque así se hereda de verdad. Y cada vez que dudes, vuelve a esta idea:
“La receta no es un papel, es un recuerdo en movimiento. Cocínalo hasta que te cuente quién eres.”
- Un frasco de sal gruesa y otro de una especia que te represente.
- Una base casera congelada: sofrito, adobo o pesto.
- Un día fijo a la semana para cocinar lento.
- Una llamada a alguien mayor para pedirle un truco.
Lo que se queda en la mesa
En la mesa quedan migas, risas, y a veces discusiones que se enfrían junto al postre. Cocinar desde lo básico te pone en conversación con la gente que vino antes y con la que se sienta ahora contigo, y ese cruce de voces hace algo silencioso pero potente: ancla, ordena, abre espacio para que otros cuenten lo suyo. Tal vez la próxima vez que tiendas el delantal no sea para reproducir una tradición intacta, sino para mezclarla con lo que eres hoy, con tus prisas, tus gustos nuevos, tu barrio; ahí nace una cocina que mira hacia atrás y hacia delante a la vez, una especie de geografía comestible que invita a preguntar y a escuchar. Cuando el plato final sale de tu fuego, no es un trabajo técnico; es un pequeño gesto político que dice “aquí estoy y de aquí vengo”.
| Punto clave | Detalle | Interes para el lector |
|---|---|---|
| Crear bases | Sofrito, caldos y adobos caseros facilitan platos rápidos con sabor propio | Ahorra tiempo sin perder identidad |
| Cocina como idioma | Gestos y técnicas heredadas que se actualizan al practicarlas | Reconectar con la familia sin idealizar el pasado |
| Ritual semanal | Un día fijo para cocinar lento y tomar notas en un cuaderno | Hábito realista y sostenible |
FAQ :
- ¿Qué significa “cocinar desde cero” en la práctica?Elegir ingredientes básicos y transformar tú mismo el plato: pelar, cortar, sazonar, cocer, sin atajos ultraprocesados.
- ¿Y si no tengo tiempo entre semana?Prepara el domingo un par de bases (caldo y sofrito) y combina entre semana; 20 minutos bastan para convertirlo en cena.
- ¿Sale más caro?Si compras de temporada y planificas, suele salir igual o más barato; lo que cambia es dónde pones el tiempo.
- ¿Cómo empiezo si nunca cociné?Elige tres recetas sencillas de tu infancia, repítelas hasta que te salgan con los ojos cerrados, y luego añade una nueva al mes.
- ¿Y si mi familia no tiene “recetas”?Construye las tuyas: pregunta por sabores, olores, gestos; adopta trucos de tu barrio y nómbralos. Ahí también hay raíces.


