Un estudiante español encontró la forma de volar a Reikiavik en pleno enero sin vaciar la cuenta, dormir caliente y convertir los baños termales en su mejor aliado. Entre alertas de vuelos, tarjetas urbanas y una mochila bien pensada, su historia suena a truco de magia muy terrenal. Y sí, hay números y gestos concretos que cualquiera puede replicar.
La mañana olía a café barato y a lana mojada. Marcos, 22 años, cerró la puerta del hostel de Laugavegur con los guantes entre los dientes y el bañador en el bolsillo interior del plumas. Nieve en suspensión, luces de Navidad todavía colgadas, y ese silencio raro que deja el viento islandés cuando decide descansar dos minutos. Caminó entre charcos congelados hacia Sundhöll, la piscina municipal con vapor saliendo como si respirara. Pagó en efectivo, dejó las botas en un casillero y metió los pies en el agua caliente. Un murmullo suave, el cristal empañado y gente con mejillas rojas. Afuera marcaba -7 ºC. Adentro, todo flotaba. Un hombre mayor le guiñó un ojo sin palabra. Algo estaba a punto de encajar.
El viaje que parecía caro y terminó costando menos que un fin de semana en casa
La idea nació en una biblioteca, no en un mapa. Marcos metió “Reykjavik enero” en su móvil y dejó que las alertas trabajaran durante tres semanas. Llegó un correo con una cifra que no esperaba: ida y vuelta por menos de 140 euros con la low-cost islandesa PLAY, saliendo entre semana y volviendo un lunes al amanecer. Cambió un examen oral por una fecha alternativa y tiró de mochila con capas, no maleta. La jugada fue simple y quirúrgica.
Reservó el vuelo cuando el precio tocó suelo a medianoche y eligió asiento aleatorio. Buscó hostel con cocina y desayuno libre de postureo. En Bónus, el súper del cerdito, compró pan de centeno, skyr y sopa instantánea. Al aterrizar, evitó el bus turístico y tomó la línea 55, la pública, que cuesta alrededor de la mitad. El trayecto fue más largo, aunque también más real: neón de gasolineras, nieve en los arcenes, y familias cargando trineos. Ahí ahorró lo suficiente para su primer baño.
El truco de los baños no fue Blue Lagoon. El precio se dispara y la experiencia, aunque bonita, se parece a un spa de aeropuerto multiplicado por lava. Marcos eligió piscinas municipales: Sundhöll, Laugardalslaug y una tarde en Nauthólsvík, la playa geotermal con baño en agua salada a pocos grados y hot pots hirviendo. Pagó menos de 10-12 euros por entrada, duchó sin prisa y salió renovado. **Bañarse con nieve cayendo cambia el humor y el plan del día.** El dinero que no fue al icono fue al vivir la ciudad como un vecino más.
Descuentos que sí existen, trucos que sí funcionan y errores que cuestan caro
El anzuelo maestro fue la Reykjavik City Card de 24 horas. Acceso a piscinas municipales, museos clave y transporte urbano incluido. Marcos la activó un día de meteorología complicada, cuando el viento corta la cara y conviene moverse poco y bien. Entró al museo, calentó el cuerpo, caminó 10 minutos y cayó en una piscina con sauna seca. La tarjeta se pagó sola en tarde y media. Al siguiente día, volvió al modo pago suelto y al paso lento.
Trajo su propio candado, chanclas y una toalla fina que seca rápido. Son detalles pequeños que evitan alquilar y sumar euros tontos. Compró un termo y lo llenó con agua del grifo, que es perfecta y gratuita. En vez de desayunar en cafés bonitos, comió caliente en la cocina del hostel y dejó el presupuesto para un par de hot dogs de Bæjarins Beztu y una sopa en cuenco de pan. *Las manos agradecen el calor antes que el Instagram.* Y por la noche, aprovechó happy hours con la app local que marca dónde cae el precio de la cerveza.
La frase que lo amarró fue clara. Seamos honestos: nadie compara diez apps de vuelos cada mañana. Eso lo hace una semana, con ganas, y luego vive con lo que encuentre. “Compras martes de madrugada, vuelas miércoles o jueves, y vuelves cuando tu agenda lo permita”, dice Marcos. “Y entras a la piscina municipal, no a la postal cara. Ahí está el país”.
“Con la City Card y las piscinas, gasté menos que un sábado de bares en mi ciudad. El frío es un filtro: si sales, vibra todo. Si te quedas, la ciudad te arropa igual”.
- Alerta de vuelos y compra en horario valle.
- Bus público 55 desde el aeropuerto para reducir el gasto inicial.
- City Card en el día peor de clima, para exprimir museos y piscinas.
- Toalla y chanclas propias para evitar alquileres.
- Municipales antes que Lagunas de postal: más barato, más local.
Cómo lo replicó cualquiera con tiempo, frío y una mochila bien hecha
Todos hemos vivido ese momento en el que la idea parece cara hasta que alguien te enseña la grieta. La luz de enero en Reikiavik dura poco, algo así como cuatro a cinco horas útiles, y eso cambia el ritmo. Marcos organizó bloques cortos: paseo por el puerto, sopa, piscina, siesta, auroras si el cielo daba tregua. Repartió el calor como se reparte una manta. Con la app de Vedur y una brújula mental hacia zonas oscuras, cazó una aurora leve desde el lago Tjörnin. No hizo falta tour esa noche.
En la mochila, sólo capas: térmica, forro, plumas, chubasquero. Dos pares de calcetines gordos y bañador siempre encima. Guantes con dedos libres para el móvil y un gorro que cubre orejas. El calzado fue su tesoro; el resto, accesorio. **Si el pie está seco, el día sale adelante.** A veces su mayor lujo fue un café largo en una librería, con la nieve quieta detrás del cristal. Y un segundo baño para dormir como un tronco.
Hay errores que muerden: entrar en Blue Lagoon sin comparar precios ni horas, olvidar que la ducha islandesa pide jabón antes del baño, no mirar los horarios de piscinas (cambian según el día) y fiarlo todo a taxis con tarifa glacial. Un desliz: olvidar el gorro y terminar comprando uno al triple de precio. También están los mitos: que todo es caro por sistema, que el viento lo arruina todo, que el invierno asusta. Marcos aprendió a negociar con el clima, no a pelearlo. Y escogió la belleza útil.
El último as bajo la manga fue el transporte: caminar, bus urbano y piernas. Los barrios centrales son amables y compactos, y las piscinas aparecen como casas de vapor en el mapa. Con dos o tres al día, el cuerpo entra en una calma rara. **La terapia geotermal no es un lujo, es cultura local.** Esa frase se le quedó tatuada en la nuca cuando un chaval islandés le explicó que su cita de los jueves era en el hot pot, no en un bar. Hay ciudades que se cuentan con palabras. Reikiavik, con agua caliente.
| Punto clave | Detalle | Interes para el lector |
|---|---|---|
| Vuelos en enero | Alertas nocturnas, ida y vuelta por menos de 140 € con low-cost | Calendario flexible para cazar precios bajos |
| City Card 24 h | Incluye piscinas, museos y transporte en el día más duro | Ahorro rápido y movilidad sin fricciones |
| Piscinas municipales | Sundhöll, Laugardalslaug, Nauthólsvík a precio local | Experiencia auténtica y calor real a bajo coste |
FAQ :
- ¿Merece la pena Blue Lagoon en un viaje con presupuesto ajustado?Si tu prioridad es ahorrar, las municipales ofrecen calor y ambiente local por una fracción del precio. Blue Lagoon es bonita, pero tu cartera notará el golpe.
- ¿Cómo llego del aeropuerto al centro sin gastar mucho?La línea pública 55 funciona bien y cuesta menos que los buses turísticos. Tarda más, y te acerca a la ciudad real.
- ¿Funciona la Reykjavik City Card en invierno?Sí, y brilla cuando el clima obliga a combinar interiores y traslados. Úsala en un día de viento y frío intensos para amortizarla.
- ¿Qué llevo para los baños termales?Bañador, chanclas, toalla ligera y un pequeño candado. Ducha con jabón antes de entrar al agua, es la norma local.
- ¿Se pueden ver auroras sin tour?Con cielo despejado y la app de Vedur, sí. Busca zonas oscuras cerca del centro y paciencia. No siempre salen, y ahí está la magia.


