En los andamios todavía suena el metal, pero el eco ya no es el mismo. Faltan manos. Néstor Velázquez, ingeniero con botas gastadas y casco marcado por el sol, lo resume en una frase que duele al sector: “Cada vez hay menos dedicados a construcción”. La obra no se detiene, la ciudad pide metros cuadrados, la infraestructura no espera. ¿Quién la levantará mañana?
El martes a las 6:42, la niebla se pegaba a las casetas como una película fría. Néstor encendió el termos de café y revisó la lista de cuadrillas con el capataz: dos encofradores ausentes, un gruista que no llegó, una cuadrilla nueva que todavía no conoce el plano. Sobre la mesa, el plan de hormigonado parecía una promesa y una trampa. Al fondo, un aprendiz miraba el vibrador como si fuera un objeto de museo. Néstor masculló sin mirar a nadie: “Nos estamos quedando solos”. La alarma no es metáfora.
“Cada vez hay menos”: la obra que se queda sin relevo
Néstor tiene 44 años y un mapa de obras en la cabeza. Ha visto fases de bonanza y parón, máquinas nuevas y papeles viejos. Su idea principal no es un lamento: es una observación directa. Llegan menos currículos, los oficios tardan más en aprenderse, los calendarios se estiran. En la caseta, esa realidad se traduce en llamadas a última hora, subcontratas que no encuentran gente y jefes de obra que recalculan. La obra no espera.
Hace un mes, en un puente de barrio, faltó una cuadrilla de ferrallistas a primera hora. El proveedor juraba que venían “en camino”. Llegaron tres, cuando debían ser seis. El tramo se hormigonó a las 15:20, con el sol a plomo y el reloj mordiendo la supervisión. Nadie discutió, todos apretaron. Al día siguiente, Néstor cambió el plan de ataque, redistribuyó tareas y llamó a un taller para prefabricar estribos. Costó más, pero avanzó. La historia se repite con nombres distintos.
La explicación no cabe en un eslogan. Carne joven que se va a la logística o a la tecnología, oficios que se perciben duros, salarios que no siempre compensan el polvo y los madrugones. Y una brecha de prestigio: decir “soy programador” luce más que “soy encofrador”. También pesa la montaña de trámites, la subcontratación en cascada y el miedo a lesionarse. El resultado: **menos manos, más retrasos**; menos maestros, aprendizajes más lentos. Un círculo que hay que romper.
Lo que sí funciona en obra: pasos concretos de Néstor
Néstor no vende humo, practica pequeñas victorias. Detalló una rutina nueva para el arranque de jornada: microbriefing de siete minutos con croquis plastificados, roles claros y riesgos del día en tres puntos. Después, empareja a cada aprendiz con un oficial “tutor” por dos semanas, con tareas “de una sola página” y objetivo medible. A última hora, foto de cierre de frente y dos notas: qué salió bien, qué hay que cambiar mañana. Nada épico. Sí constante.
También hizo algo incómodo: transparentó los números. ¿Horas improductivas? ¿Retrabajos? ¿Pérdidas por esperas? Lo enseñó en una pizarra simple, sin señalar culpables. Sumó incentivos de equipo ligados a hitos cortos y seguridad real, no papel. Y metió tecnología justo donde suma: etiquetas QR en armados para verificar secuencia, checklists en el móvil, y un canal de voz para avisos que cortan tiempo muerto. Seamos honestos: nadie hace eso todos los días. Pero cuando se hace, se nota en la semana.
Errores que ve repetir: prometer plazos sin cuadrillas, fichar “como sea” y soltar al nuevo sin mano que lo guíe, creer que un curso online sustituye a la práctica en obra. También duele la formación que llega tarde y dura poco. Néstor propone otra escala: aprender una maniobra bien por día, medirla y celebrarla. Y cuidar los detalles que retienen: baños decentes, hidratación, botas que no te destrozan el pie.
“La obra tiene dignidad cuando se organiza. Si se organiza, la gente se queda”, repite Néstor mientras marca con el rotulador la zona de acopio.
- Microbriefing de 7 minutos con croquis y riesgos del día.
- Tutoría de dos semanas por oficio con objetivo claro.
- Incentivos de equipo ligados a hitos y seguridad real.
- Tecnología donde duele: etiquetas, checklists y canal de avisos.
Riesgos, oportunidades y una generación bisagra
Todos hemos vivido ese momento en que la obra parece un tablero que se queda sin fichas. La tentación es culpar al contexto y esperar. Néstor mira distinto: si faltan manos, hay que hacer más valiosas las que están y abrir la puerta a las que no han mirado el sector. Convenios que empujan la formación dual, pactos con institutos, becas herramientas, campañas que cuenten la verdad y la belleza del oficio. La construcción no es una condena. Es un lugar donde se ve lo que uno hace.
También asoma otra carta: industrialización con alma. Prefabricado inteligente para lo repetitivo, robots de atornillado donde la espalda sufre, logística afinada para no matar horas. Y al lado, oficios que crecen: impermeabilizadores finos, modeladores BIM que pisan barro, jefes de producción que hablan humano con la cuadrilla. No se trata de reemplazar, sino de redibujar el trabajo para que más gente quiera entrar y quedarse. Oficios que se aprenden, proyectos que se cuentan.
Néstor lo resume con calma: formar, ordenar, dignificar. Su frase no busca aplauso, busca contagio. Si cada jefe de obra gana 30 minutos al día con metodología, si cada empresa ofrece un camino claro de aprendiz a oficial, si cada escuela trae a la obra una vez al mes, el cuello de botella se afloja. No es magia. Es persistencia, pequeñas decisiones bien tomadas y una idea sencilla: el futuro de las ciudades depende de quienes las construyen.
La fotografía es más grande que una anécdota de caseta. Hay una grieta entre lo que las ciudades piden y lo que el oficio ofrece a los jóvenes. Y hay margen para cambiarlo. Néstor se mueve en ese borde con una mezcla rara de terquedad y ternura operativa. Sabe que el mejor argumento es un frente que avanza sin prisas ciegas, con seguridad que no sea trámite y con aprendizajes que dejan huella. Mañana, a las 6:42, la niebla volverá. La pregunta sigue en el aire: ¿quién se apunta a levantar lo que aún no existe?
| Punto clave | Detalle | Interes para el lector |
|---|---|---|
| Faltan manos en obra | Menos jóvenes entrando y oficios que se jubilan | Entender por qué se alargan plazos y suben costes |
| Métodos prácticos | Microbriefing, tutoría por oficio, incentivos de equipo | Aplicarlo mañana en tu proyecto sin grandes inversiones |
| Nuevo equilibrio | Industrialización donde aporta y formación con barro | Ver oportunidades laborales y de negocio reales |
FAQ :
- ¿Por qué hay menos gente en la construcción?Se juntan retiro de oficiales, jóvenes que eligen otros sectores y una imagen del oficio que no siempre seduce. También influyen contratos inestables y jornadas poco amigables.
- ¿Qué puede hacer mi empresa ya mismo?Implantar microbriefings, tutorías de dos semanas y un sistema simple de hitos con incentivos. Reducir esperas con logística clara y roles definidos por frente.
- ¿La tecnología sustituirá a los oficios?No en bloque. Bien usada, quita peso a tareas repetitivas y mejora seguridad. El valor sigue en la coordinación fina y en manos que saben lo que hacen.
- ¿Cómo atraer a jóvenes al sector?Pagos y rutas de crecimiento transparentes, formación dual real y relatos honestos del orgullo de obra. Visitas a obras, mentores y herramientas dignas cuentan mucho.
- ¿Qué errores frenan más los proyectos?Prometer plazos sin cuadrillas, formación tardía y mala coordinación entre subcontratas. También esconder datos de rendimiento que ayudarían a corregir el rumbo.


