La noche de ayer comenzó en París como una noche de viernes cualquiera en una capital europea: un partido de fútbol, una cena romántica, unas cervezas con amigos o un concierto en una mítica sala de rock. Todo transcurría con esa alegre normalidad que pone el punto de partida al fin de semana hasta que alrededor de las 21.30 horas tuvieron lugar varias explosiones en los alrededores del Stade de France en el que se disputaba un partido entre las selecciones francesa y la alemana de fútbol. A partir de ese momento, una serie de ataques convirtió el viernes en uno de los peores días que los parisinos recuerdan.

Hasta seis ataques terroristas, reivindicados horas después por el Estado Islámico, sacudían ayer por la noche la ciudad del Sena. Cinturones bomba, granadas y fusiles de asalto fueron las armas con las que los atacantes sembraron el pánico en los distritos 10 y 11 de la capital francesa, unos de los más concurridos de la ciudad y una zona muy frecuentada por los más jóvenes.
Después de las explosiones que los kamikazes perpetraron en los alrededores del estadio de fútbol, tuvieron lugar otros ataques en restaurantes repletos de gente a esas horas de la noche. A continuación, la mítica sala de conciertos Bataclan fue la diana del atentado más sanguinario de la noche. En ella, unas 1.500 personas disfrutaban de un concierto cuando cuatro personas armadas irrumpieron y comenzaron a tirotear a la multitud allí reunida. Una matanza sin precedentes que, hasta el momento, se ha cobrado la vida de al menos 128 personas, entre ellos un joven español, y ha causado heridas de diversa consideración a otras 200 personas.