Nacido el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, en el seno de una familia de clase media con raíces italianas, el joven Jorge tuvo claro desde temprano que debía trabajar para abrirse camino. Su padre, Mario, era empleado ferroviario, y su madre, Regina, se dedicaba al hogar y a la crianza de cinco hijos.
Estudiante de química, se vio obligado a asumir empleos de todo tipo para costear sus estudios. Aquella etapa de juventud estuvo marcada por el esfuerzo y el compromiso, valores que luego definirían su carácter pastoral.
Trabajos inesperados que forjaron su mirada sobre el mundo
Lo que más sorprendió tras su elección como Papa en 2013 no fue solo su nacionalidad —el primer pontífice latinoamericano y no europeo—, sino las historias personales que empezaron a salir a la luz. En una conversación informal con feligreses poco después de su nombramiento, Francisco confesó que en su juventud había sido, entre otras cosas, portero de discoteca.
La revelación causó revuelo, no tanto por lo inusual del empleo, sino por la naturalidad con la que lo compartía. Ese trabajo, lejos de la imagen tradicional de un futuro líder religioso, era solo uno de muchos. También había trabajado como barrendero y en laboratorios farmacéuticos probando productos.
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Momentos clave en su adolescencia
Antes de ingresar al seminario a los 21 años, Bergoglio exploró otros caminos. Se desarrolló como profesor de literatura y psicología, dos áreas que él mismo consideró importantes para conocer el alma humana. Para él, enseñar no fue solo una profesión, sino una experiencia transformadora que marcó su vocación.
Y como si la historia no fuera ya lo bastante rica, Francisco solía contar con cariño una anécdota de cuando tenía 12 años: se enamoró de una niña llamada Amalia y le dijo —según ella misma relató—: “Si no me caso contigo, me haré cura”. Una frase que resultó profética.