Llega enero y todos nos apuntamos al gimnasio. Se nos va la vida por empezar a sudar la gota gorda y empezar a quitarse los polvorones de los michelines. Pasan las primeras semanas y empezamos a arrepentirnos de haber estrenado esas zapatillas tan bonitas que nos compramos. Los michelines no desaparecen ni echando horas en el gimnasio.
Y ya podemos señalar a los culpables: los famosos. Cada vez son más los que aparecen en las portadas de las revistas después de meses desaparecidos luciendo palmito y un cuerpo completamente diferente. De freaks que pasaban desapercibidos en las alfombras rojas, a auténticos cuerpazos que nos hacen babear con sólo poner un pe en el photocall.
Calvin Harris, el novio de Taylor Swift, cumple nada más y nada menos que 32 añitos este lunes. De ser un chico rarito que tocaba música en pequeños bares se ha convertido en uno de los hombres más buscados y deseados. Imagen de Armani, muchos no le reconocerán si le comparan con el Calvin Harris de hace unos años. Todo por culpa del gimnasio.
Es sólo un ejemplo de los muchos nombres que han hecho que se nos salgan los ojos de las órbitas cuando vemos las portadas de las revistas. Zac Efron, jovencísimo chico Disney, de pronto se convirtió en todo un hombre lleno de músculos. Por este trance han pasado otros niños como Justin Bieber.
Otros han tenido que machacarse en el gimnasio para poder triunfar sobre los escenarios. Es el caso de Chris Pratt, el ahora protagonista de Jurassic World, o de John Krasiski, friki en televisión con The Office y ahora hipermusculado en la cinta 13 horas. En España, tenemos el caso de David Bustamante. Se bajó de la obra para intentar triunfar en el mundo de la música y los escenarios le labraron una tableta que muchos ahora envidian.
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Otros, sin embargo, fueron obligados a cambiar si querían obtener el deseado papel que les llevaría a ganar el Oscar. Es el caso de nombres como Matthew McConaughey, que no nos dio mucho envidia cuando le vimos como un flacucho por las calles de Hollywood, o de Renée Zellweger. Nada que no arregle un buen golpe de bisturí.
